Por Elisa Infante
A lo largo de estos años como traductora y como
directora de una agencia de traducción, he tenido oportunidad de trabajar con
numerosos clientes de sectores muy distintos: servicios públicos, hostelería, construcción,
publicidad y comunicación, deportes, etc.
A través de nuestra estrecha colaboración, sostenida
básicamente por una atención personalizada y un contacto muy directo con cada
uno de ellos, he conseguido en la mayoría de los casos (por no decir en todos)
ganarme su confianza y trabajar en un estupendo ambiente de cordialidad y
respeto.
Sin embargo, por muy buena y estrecha que sea la
relación con los clientes y por muy diferentes que sean los sectores y las
circunstancias de la colaboración, por regla general se aprecia un denominador
común: el componente de escepticismo del que les cuesta horrores desprenderse.
En efecto, los clientes se muestran muy reacios a depositar
su confianza plena en el traductor. Evitan desvelar ciertas informaciones o
enviar documentos que pueden servir de grandísima ayuda para que los
intérpretes se preparen su trabajo y todo ello por miedo a que se filtren los
datos. Soy consciente de que a veces los traductores y los intérpretes manejamos
información con un alto contenido confidencial pero los clientes deberían
despreocuparse en este sentido y entender que estamos de su lado y que somos un
eslabón más en su cadena laboral.
El traductor debe ser considerado como un miembro de
su equipo y no como un “enemigo” al que hay que darle cuanta menos información
mejor. Al contrario, cuanto más implicados estemos en su empresa, mejor saldrá
nuestro trabajo. Cuanto más estrecha y transparente sea la relación, más
ventajoso resultará para ellos.
El cliente debería confiar en el traductor, como el
paciente lo hace en su médico o la pyme en su gestor.
Llegado a este punto yo me planteo qué necesitan los
clientes para llegar a confiar plenamente en nosotros. Para mayor tranquilidad
suya, ya firmamos un contrato de confidencialidad al inicio de la colaboración.
Cosa que, por otro lado, no se hace con otras profesiones porque, como diríamos
en mi lengua de trabajo “Ça va de soi”, es decir, se da por hecho.
Y quizás esto nos lleva al tema al que siempre
llegamos cuando hablamos de otros aspectos de la traducción como puede ser el
de las tarifas, la calidad de las traducciones, etc. La traducción es una
profesión y no un pasatiempo. Los que trabajamos en esto somos profesionales que
como mínimo hemos obtenido un título universitario y en la mayoría de los casos
un máster o unas oposiciones para obtener el título de intérprete jurado y
tenemos muchos años de experiencia a nuestras espaldas. No traducimos porque pasamos
un par de veranos en Dublín cuando teníamos 15 años o porque tuvimos una
novieta francesa. Traducimos porque somos traductores (o intérpretes)
profesionales, con todo lo que esto implica.
Hace pocas semanas un cliente contrató los servicios
de un intérprete para una reunión con una Consellería.
Al recibir el presupuesto, el cliente comentó “¡Qué barbaridad! Pero si el
traductor (por intérprete, claro) cobra casi como un abogado…”.
Mucho me temo que aún nos queda un largo camino por
recorrer hasta que nuestra profesión reciba el reconocimiento que se merece. Mientras
tanto, los que nos dedicamos a esto debemos seguir perseverando para conseguir
que se nos respete desempeñando nuestro trabajo con rigor y profesionalidad pues, al fin y al cabo, la mejor manera de ganarse la
confianza del cliente es el trabajo bien hecho.
Es una lucha diaria!!! Los clientes creen que traducir es como respirar, que lo hacemos a la velocidad de la luz, y consideran que no es un trabajo que merezca una alta remuneración, porque traducir es una "chorrada". Un, dos, tres... RESPIRA. En fin, además del desgaste físico que supone interpretar o traducir, hay que sumar un trabajo de búsqueda de terminología que no se tiene en cuenta. Y qué decir cuando tenemos que hacer frente a textos pésimamente redactados e ininteligibles... Un trabajo duro, de lunes a domingo y sin horarios. Un beso y enhorabuena por el blog!!!
ResponderEliminarBarbara
Muchas gracias por tu opinión, Bárbara. Estamos completamente de acuerdo contigo, aunque bien es verdad que poco a poco debemos ser nosotros en conjunto los que le demos valor a nuestra profesión. Y eso se consigue con profesionalidad y tarifas dignas por parte de todos.
Eliminar¡Seguimos adelante! Aun en tiempos de crisis.
Un abrazo.
Principalmente creo que la culpa es de los propios traductores que van por la vida cobrando 7/8 céntimos por palabra o 20 EUR/hora por traducciones especializadas.
ResponderEliminarQuizás la respuesta ante este tipo de comentarios "Al recibir el presupuesto, el cliente comentó “¡Qué barbaridad! Pero si el traductor (por intérprete, claro) cobra casi como un abogado…”" debería ser algo como: ¡Si un abogado cobra más que yo, está claro que entonces te estoy cobrando poco!
Si un traductor está muy especializado en ciertos sectores, sabe ya tanto como el propio profesional de ese sector y además conoce a la perfección los dos idiomas. Y sin lugar a dudas, debería cobrar por lo menos como un abogado.
Y si un traductor pretende vivir en decencia y mantener a su familia, no puede ir tirando los precios o trabajando a destajo. Tendrá que hacer un trabajo profesional y cobrar un sueldo digno a final de mes.
Totalmente de acuerdo. Por un lado, como decíamos en nuestra entrada, los clientes deben concienciarse de que la traducción es una profesión y, por otro, nosotros, los propios traductores, tenemos que ganarnos su respeto negándonos a aceptar tarifas irrisorias y a trabajar en condiciones precarias. Tampoco ayuda no tener detrás un colegio o una institución que nos respalde y nos de prestigio, la verdad.
EliminarRespecto al tema de las tarifas mínimas que deberíamos aplicar, te invito a que estés atent@ a nuestra entrada del próximo lunes, que versará sobre ello.
Asimismo, puedes unirte al "No Peanuts! movement" haciendo clic en la pestaña que tienes en la parte superior izquierda de esta página.
Muchas gracias por participación en nuestro blog.
Un saludo.